Manifiesto leído ayer durante la "Aparcería republicana" celebrada en Pozoblanco.
Hoy, 13 de abril de 2013, nos convocan aquí tres motivos importantes:
. La celebración del 82 aniversario de la II República Española.
. El deseo común de un nuevo modelo político y social.
. El gusto por echar una buena aparcería, esa reunión típicamente taruga donde se bebe y se tapea, donde estallan las risas por un chiste bien contado o por un buen comentario malicioso, pero también donde se habla de cosas serias, donde se fraguan amistades, se aúnan voluntades y surgen proyectos colectivos.
Como todos bien sabéis, tal día como hoy de 1931, España se acostó monárquica y al día siguiente, 14 de abril, amaneció republicana. Este viraje se hizo desde los ayuntamientos, esto es importante resaltarlo, desde los pueblos y las ciudades, no desde el parlamento nacional, sino desde la democracia de las urnas municipales. Y no se produjo un cambio de gobierno, sino de régimen. La bandera tricolor encarnaba el optimismo y el entusiasmo popular, la esperanza colectiva en una nueva España, en un cambio revolucionario que acabara con los privilegios de clase y solucionara los problemas que ni la monarquía ni la dictadura habían resuelto, sino enquistado y agravado: un bipartidismo inmovilista, unas leyes que perpetuaban las desigualdades sociales, la explotación y pobreza de la clase trabajadora, un sistema educativo decimonónico controlado por la Iglesia, un absurdo espíritu militarista y guerrero que había conducido a la escabechina de miles y miles de españoles en las guerras coloniales. Pero aquel sueño colectivo acabó en pesadilla: el golpe de estado militar, la guerra civil y el exilio, y la sumisión del país en la larga y oscura noche de la dictadura franquista. Luego vino la Transición...
Y de aquellos polvos, estos lodos, porque la sombra de la dictadura es alargada, tan alargada que llega hasta el día de hoy, pues aquella Transición, incompleta y desigual, no hizo sino consagrar la “herencia recibida” del franquismo: el modelo político de nuestro días es exactamente el que impuso el dictador y nadie se atrevió a discutir, aceptando que Franco sabía mejor que nadie cómo eran y qué querían los españoles. Los padres de la transición política de finales de los setenta también debieron pensar lo mismo, que ellos sabían mejor que nadie cómo eran y qué querían los españoles, y tampoco se atrevieron a preguntarnos qué modelo político queríamos, de manera que prescindieron de la voluntad popular. Han pasado 82 años desde aquel 14 de abril del 31, 82 años de conculcación del derecho a elegir la manera en que queremos ser gobernados. Y de seguir así la cosa pública, nunca veremos ese plebiscito.
Por eso son importantes actuaciones —aparcerías— como la de hoy, como las de las plataformas, movimientos, corrientes alternativas, redes y mareas sociales, que cuestionen y exijan cambios y transformaciones en las instituciones y en los centros de poder, en el modelo político, económico, educativo, cultural y social. La monarquía —¿quién lo discutirá a estas alturas de la historia?— es una institución obsoleta que vicia por su sola existencia el concepto de democracia y de igualdad: no solo porque en la época en que la ciencia despliega ante nuestros ojos el mapa genético de la especie humana, muchos sigan admitiendo como real la existencia de una sangre azul, incontaminada y pura; ni porque viva de la sopa boba, borbona, en nuestro caso, o bribona, para ser más exactos; ni porque se excluya a la mujer del trono, ni porque viva de espaldas a la ciudadanía y atenta solo a su permanencia y a sus propios intereses.
La monarquía es una antigualla por todo eso y por mucho más, pero sobre todo porque a estas alturas de la historia es inconcebible que una sola familia, un solo clan instalado en la más rancia tradición, ostente de por vida la Jefatura del Estado, y herede toda una nación, como quien hereda una finca. No hay mayor atentando a la democracia. Basta ya de cuentos de reyes y princesas.
Por otro lado, el sistema representativo y parlamentario surgido de la Transición también está viciado de natura. Por desgracia lo estamos viviendo en nuestros días: el bipartidismo egoísta e insolidario en que se obstinan las dos grandes formaciones políticas del país no refleja la realidad de la calle, es ciega a la existencia de alternativas a la política del rodillo que está acabando con todo y desmantelando impunemente lo público en beneficio de lo privado: sanidad, educación, las grandes empresas estatales, el sistema de ayudas sociales...
A grandes males, grandes remedios, dice nuestro refranero popular. Nada es inmutable y eterno. Será necesario empezar a nadar, o nos hundiremos como una piedra, porque los tiempos están cambiando. Si queremos una verdadera democracia, participativa, justa y solidaria, debemos seguir reuniéndonos en aparcerías como la de hoy, convocándonos en las redes de internet, integrándonos en las mareas sociales y en las manifestaciones, participando en los paros y protestas en los centros de trabajo. Es hora de moverse por un nuevo Proceso Constituyente que nos devuelva la República y la esperanza colectiva, que instaure un nuevo modelo de sociedad, que se rebele contra la despiadada dictadura económica y el terrorismo financiero, que proclame con claridad y valentía su laicismo y corte las ligaduras institucionales con cualquier confesión religiosa, que destierre de una vez y sin ambages los privilegios de cuna y los de la clase política, que imponga la dignidad en los sueldos, en la edad de jubilación y en las pensiones, que restablezca las negociaciones colectivas e impida el despido libre, que ofrezca un horizonte de esperanza a nuestros jóvenes, que no convierta la justicia en cuestión de dinero, que proscriba los desahucios perpetrados por los bancos y castigue en sus justos términos la corrupción, que abogue por lo público y no por lo privado, que se enfrente con independencia y decisión a esta forma de totalitarismo y fascismo soterrado de las políticas neoliberales, que tienen amordazados, sometidos y empobrecidos a países enteros, que practique la transparencia y garantice la objetividad en los medios públicos de comunicación. Que anteponga a la voracidad y feroz avaricia de los mercados, los derechos, el bienestar y la felicidad de la ciudadanía.
Gente republicana de Los Pedroches: ¡Salud, y por la Tercera!